Vuelta al analfabetismo

La apuesta por la transmisión oral de la cultura nos encierra en el presentismo, la inmediatez y la literalidad, dejándonos huérfanos en sentido espiritual

"Estamos volviendo a la oralidad y retrocediendo en el camino de la alfabetización".
"Estamos volviendo a la oralidad y retrocediendo en el camino de la alfabetización".

Para la mirada progresista, la historia avanza a pasos agigantados hacia el reino de la libertad. Marx tenía en mente una humanidad que pasaba las jornadas repartiendo su tiempo entre el desarrollo de un trabajo lleno de sentido y labores creativas y artísticas. La evolución de las tecnologías ha dejado más tiempo al ser humano. Y, sin embargo, vivimos cada vez más encadenados.

Simone Weil, la virgen roja, sostenía que en Roma el itinerario del progreso se había torcido. La meta de tanto derecho romano, de tanto imperio y de tantos césares no habría sido, de acuerdo con esta lectura, la libertad. Apareció, por el contrario, la esclavitud. Menos espiritual que Grecia, la cultura surgida a la sombra frondosa del Tíber nos habría introducido en una lógica pragmática y fecunda desde el punto de vista técnico, pero vacía y hueca.

“A tenor de los cuentos relacionados con la IA y el potencial de las tecnologías conviene leer de vez en cuando las advertencias de quienes, por prudencia, mantienen el buen hábito de desconfiar de los avances”.

No hay por qué darle la razón a la mística gala, pero a tenor de los cuentos relacionados con la IA y el potencial de las tecnologías conviene leer de vez en cuando las advertencias de quienes, por prudencia, mantienen el buen hábito de desconfiar de los avances. Porque, a menudo, lo que suponemos bueno, se presenta tras el tiempo como algo perverso. O quizá -siendo más realistas- como algo nocivo.

Internet nos depara facilidades y ventajas. No cabe duda de que poder reservar un hotel y sacar la entrada de un concierto sin salir de casa es beneficioso. Pero hay otras suertes que nunca nos han llegado. Asimismo, pensar que la libertad está en relación directa con la cantidad de información de que dispongamos es una falacia. De hecho, la red ha sido explotada por regímenes totalitarios con más eficacia que por las democracias.

Más preocupantes son los efectos espirituales de las nuevas tecnologías. Conviene recordar lo que Platón comentaba al respecto de la escritura para darnos cuenta de que, en el campo del saber y de las disciplinas intelectuales, lo considerado más alto o sublime no depende de la técnica. Es algo más interior, relacionado con el temple o la actitud.

Andrey Mir, que se ha especializado en el análisis de medios, escribe en un libro reciente sobre la aldea comunicativa y las últimas transformaciones. Afirma en Digital Future in the Rearview Mirror que Internet no ha conllevado un aumento de la democracia, el pluralismo y la cultura que prometía. Todo avance es paradójico; eso se encargaron de enseñárnoslo los luditas. Pero lo advertido por el periodista americano es diferente.

“Es evidente que hemos pasado de una sociedad en la que la falta de cultura constituía un baldón a otra en la que la indiferencia hacia los valores estéticos más elevados o la sensibilidad intelectual acampa a sus anchas”

No se refiere, en efecto, a las consecuencias económicas, incluso desastrosas, que tiene el progreso. En su ensayo -de largo aliento- habla de regresión, explicando que estamos volviendo a la oralidad y retrocediendo en el camino de la alfabetización. Además, a su juicio, ese nuevo analfabetismo tiene que ver con hábitos y cambios mentales decisivos.

 

Como en el caso de Weil, tampoco es necesario compartir totalmente el diagnóstico de Mir. Es más: me parece cuestionable que, como él sugiere, caminemos hacia una unidad en que la humanidad y la IA se integran, disolviendo sus diferencias. Pero es evidente que hemos pasado de una sociedad en la que la falta de cultura constituía un baldón a otra en la que la indiferencia hacia los valores estéticos más elevados o la sensibilidad intelectual acampa a sus anchas.

Nos encontramos en un punto de transición y estamos pasando de las sociedades basadas en la escritura a otras en las que el saber se transmite oralmente. Aun a costa de Platón, las observaciones que hace Mir son interesantes porque contrapone el pensar abstracto, la seguridad y el análisis que posibilita la fijación de la información en un papel a la rapidez y el escaso análisis de la comunicación oral.

Hace unos años, en una conferencia, Fernando Savater señalaba que no creía que hoy se leyera menos, sino de otra manera. Ya no es así: todos sabemos que incluso en un medio como WhatsApp ahora se prefiere mandar notas de voz que recurrir a emoticonos. Una sociedad que abdica de la letra pierde su capacidad simbólica y queda apresada en el presentismo, en la urgencia del aquí y ahora.

No hay que ser muy profundos para ver qué formas de manipulación hacen posibles las nuevas maneras de transmitir información. Ahora mismo se están formando en las aulas generaciones de chavales a los que solo les enseñamos a presentar la información o a los que proveemos de recursos psicológicos, pero que quedan, espiritual e intelectualmente, huérfanos.

Sin ser capaces de descifrar los signos en un libro, se hallan sometidos a la literalidad de los textos, incapaces de asomarse a ese rico mundo de los dobles sentidos y las interpretaciones. Eso significa que son carne de cañón de nuevos dictadores y víctimas potenciales de la violencia política, cultural y mercantil. Por esta razón, Internet ha aumentado indudablemente los bulos, la desinformación y las posverdades.

Siempre que sale en la prensa el bajo nivel formativo del que disfrutamos, me hago la misma pregunta: si todos andamos preocupados por la calidad de la enseñanza y padres, profesores, empresas educativas y partidos de uno y otro signo deploramos el estado de los colegios y el analfabetismo que asola la esfera pública, ¿por qué siempre tropezamos en la misma piedra cuando pensamos en las reformas de los planes de estudio? Hay que apostar por la exigencia en tres o cuatro materias básicas. El resto, viene por añadidura.

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